
Rafael López Borrego
February 1, 2025 at 07:33 PM
Un ensayo del mismo autor anterior a este libro fue “Melancolía. La estética del alma”, el cual establece una relación con el actual que ahora comentamos, relación que más que intelectual es afectiva, o más que estética o filosófica la conexión entre ambos libros –“en pendant” ambos discursos- surge, básicamente, porque mientras escribía uno, “Melancolía”, llevaba un diario de escritura (que de hecho es, como vemos, el subtítulo del libro), que sería el que finalmente se publicó como “Susurros del alma. Diario de escritura”. Son muchos los vínculos compartidos entre ambos ensayos, comenzando por el “alma” que vemos (o “sentimos”) en los rótulos de las portadas. No comprobamos únicamente acoplamientos y engarces discursivos en común, también observamos notables diferencias de un libro a otro; en primer lugar, por la ausencia en este último de imágenes por medio del sistema de código QR, pero el rasgo principal de lo diverso entre uno y otro vendría significado por la interrelación que el autor establece entre Ser y Tiempo, citando, “en passant”, el título del famoso ensayo de Heidegger. Es más: si no estuviera ya “pillado” tan conocido rótulo, el subtítulo de “Susurros del alma” bien podría ser el de “Diario de Ser y Tiempo”, tal es, por un lado, la variada confesión biográfica (es decir: íntima, privada, doméstica, profesional) que el autor dice de sí mismo, y la alianza, no exenta de conflictos, que dicha confesión establece con el Tiempo en tanto que implacable regulador de la existencia. Ser y Tiempo, en efecto. “El tiempo es una dimensión incontrolable”, leemos en “Melancolía”.
No recuerdo donde leí esta cita de Unamuno que escribiré a continuación, quizá en su “Diario Íntimo”, pero son de las citas que se graban en la memoria sin importar en el transcurrir del tiempo su fuente o procedencia: “Pensar el sentimiento, sentir el pensamiento”. La recordé en las primeras páginas de “Susurros del alma”, y no únicamente, pues también me vinieron a la memoria algunas películas de Ingmar Bergman, y no sabría decir el porqué de ese extraño recordatorio: “Como en un espejo”, “Silencio”, “Gritos y susurros”, “Persona”… Me sería más fácil, sin duda, enlazar la rara singularidad de un libro como “Susurros…” con otro que también es un Diario y que formó parte innegable de mi educación sentimental: “El peso del mundo”, del escritor austriaco y Premio Nobel Peter Handke. Ambos discursos parten y se estructuran como ejemplos de una auto ficción “real”, o de una literatura del Yo -sin distancia “brechtiana” pero sin tampoco abandonar una idea del pudor tan elegante como defensiva- donde la escritura se sirve de una primera persona de discreta presencia o de baja intensidad. En productiva paradoja esa “discreción” del Yo aumenta el nivel de la confesión, la sonoridad de la información expuesta, la limpia visibilidad, en definitiva, de unos susurros emitidos para decir quizá más de lo que el propio autor quería o deseaba. Y lo hace con una prosa límpida y silenciosa, introspectiva y culta, y donde la verdad y el dolor (o las molestas contingencias de vida) son susurrados con una magnífica tonalidad de temor y temblor: Pensar el sentimiento, sentir el pensamiento.
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