Las órdenes militares, monjes guerreros que luchaban por la fe y ayudaban a los necesitados bajo una regla monacal, fueron un rasgo clave de la Edad Media europea. En la Península surgieron varias, gracias a figuras como Raimundo de Fitero (s. XI/XII - c. 1162). Iniciado como canónigo en Tarazona, se hizo monje cisterciense en Francia y promovió su orden en la Península, fundando un monasterio en Fitero. En Toledo, supo que Sancho III de Castilla ofrecía Calatrava a quien la defendiera, y aceptó. Allí fundó una orden militar con regla cisterciense, pero esto generó conflictos: trasladó a su comunidad sin permiso y en Calatrava surgieron dos facciones, una monástica y otra militar, que prevaleció, forzando su salida. A su muerte, la crisis continuaba, pero había sentado las bases de una de las órdenes más influyentes de la Península. Pese a sus dificultades, fue reconocido como beato.