Que tú eres el luminar de nuestras vidas, como alumbrastes y guiastes todo el hacer de nuestros antepasados, que nos legaron esta preciosa imagen, cual precioso y abundante tesoro de gracias espirituales, es afirmación que ninguno de los que te conocemos o amamos, nos atrevemos a poner en duda. Que tú eres el consuelo de nuestras aflicciones, remanso de paz y última esperanza de tantos momentos atribulados como en nuestra vida se prodigan y que ninguno de los que ante ti se derrubó y arrodilló no halló lo que te suplicó. Que digan todos aquellos que te buscan, si no has guiado desde siempre sus pasos y has velado y velas por todos, a lo largo de nuestras vidas. Que digan también si tu mirada no nos ha puesto muchas veces la congoja en nuestras gargantas, o simplemente, si tu rostro no ha sido en muchas ocasiones, testigo de nuestros llantos o de nuestras sonrisas, porque en él recordamos a todos aquellos que amamos y que gozan ya de tu eterna presencia.