En un mundo que a veces parece frío e indiferente, ser una buena persona es un acto de valentía. No siempre recibirás aplausos por tu generosidad, ni reconocimiento por tu empatía, pero cada pequeño gesto deja una huella, aunque no puedas verla de inmediato. La bondad no es ingenuidad, es fortaleza. Es la elección consciente de responder con amor en un entorno que muchas veces promueve la indiferencia. Es sonreír cuando nadie más lo hace, ayudar sin esperar nada a cambio, y creer que cada acto de bien puede ser la chispa que encienda una cadena de luz en la vida de alguien más. Quizás nunca sepas el impacto real de tus acciones, pero te aseguro algo: la bondad siempre vuelve. En la forma de paz interior, en el respeto que inspiras, en los lazos invisibles que unen a las personas a través del tiempo y el espacio. Hoy, elige la bondad. No porque esperes algo a cambio, sino porque en un mundo que puede ser cualquier cosa, ser una buena persona sigue siendo la mayor revolución.