A veces vivimos aplazando la felicidad, esperando el momento perfecto, como si la vida nos garantizara un mañana. Creemos que habrá otra oportunidad para decir lo que sentimos, para abrazar más fuerte, para disfrutar lo simple. Pero la verdad es que el único tiempo seguro es el ahora. No sabemos cuántos amaneceres nos quedan, cuántas risas compartiremos o cuántos caminos recorreremos con quienes amamos. Por eso, la felicidad no puede ser un destino lejano, sino una decisión diaria. Está en la gratitud por lo que tenemos, en la paz de lo sencillo, en la alegría de dar y recibir amor. No esperemos más, no pongamos condiciones. Seamos felices hoy, porque el tiempo es un regalo que no siempre sabemos cuánto durará.