Mentí cuando dije que odiaba recibir ayuda. Fingí que podía con todo, que no necesitaba a nadie, que no me afectaba lo que sucedía a mi alrededor. Me convencí de que no era necesario mostrar vulnerabilidad, que era más fácil mantenerme en silencio y seguir adelante solo. Pero la verdad es que lo que más deseo es lo opuesto: no tener que enfrentar todo por mí mismo. No quiero lidiar con la incertidumbre, la tristeza o el agotamiento de estar solo, aunque no lo diga. Aunque trato de mostrarme fuerte, por dentro siento que a veces me ahogo. Lo que realmente quiero es que alguien note que no estoy bien, que vea más allá de mi fachada y me ofrezca su apoyo, sin que tenga que pedirlo. Porque aunque diga que no necesito ayuda, en el fondo lo que más deseo es encontrar a alguien que me vea tal como soy, que me ofrezca una mano, un poco de consuelo, aunque sea en silencio. Al mismo tiempo, no quiero que me ayuden, porque no quiero ser una carga. Me da miedo que mi peso, mis problemas, se conviertan en algo que otros tengan que cargar. No quiero ser el que pida demasiado, el que ocupe un espacio que no debería. Pienso que si pido ayuda, entonces estoy exigiendo algo, como si no pudiera manejarlo por mi cuenta. La idea de que alguien sienta que tiene que cargar con mi dolor, con mis preocupaciones, me hace sentir como si fuera una carga innecesaria. Quiero manejarlo solo, quiero ser capaz de decir que puedo con todo, aunque por dentro no esté tan seguro. Es una lucha constante, porque por un lado, deseo la ayuda, pero por otro, la rechazo, convencido de que no quiero que nadie tenga que enfrentarse a mis sombras.