
Dani Lerer
June 5, 2025 at 01:36 PM
Los verdugos de moda
Por Dani Lerer
En nombre de la justicia social, ciertos sectores de la izquierda occidental han caído en una contradicción profunda: justifican el terrorismo siempre y cuando el asesino se presente como víctima. ¿Cómo se llegó a esta frivolidad en la solidaridad, que desdibuja fronteras básicas entre el bien y el mal, la víctima y el verdugo?
La brújula moral que alguna vez guió a estos sectores ha sido reemplazada por un esquema rígido y simplista, una narrativa donde hay buenos y malos que no pueden cuestionarse. En este nuevo mapa moral, todo lo que huele a orden, defensa propia o éxito se vuelve sospechoso, mientras que todo lo que se proclama oprimido es automáticamente intocable, incluso cuando ese “oprimido” impone terror y muerte.
En este relato, Israel se ha transformado en el opresor por excelencia y Hamás y los gazatíes en los oprimidos ideales, aunque la realidad detrás de estos términos sea mucho más compleja y dolorosa. Hamás es una organización que persigue y tortura a homosexuales, impone la sharía, adoctrina niños para la guerra, secuestra civiles y utiliza a su propia población como escudo humano. Sin embargo, quienes se autodenominan feministas, progresistas y amantes de la paz parecen dispuestos a cerrar los ojos ante estas violaciones porque Hamás ocupa el lugar “correcto” en la narrativa.
El absurdo alcanza niveles alarmantes en universidades de élite como Harvard, Yale o Columbia, donde miles de estudiantes marchan con banderas y consignas de Hamás sin entender el idioma árabe, sin conocer la historia real del conflicto, y sin haber leído jamás la carta fundacional de la organización que defienden. No importa la información, no importan los datos; importa la épica del enfrentamiento, el señalamiento simplista de un enemigo, y el sentido de pertenencia a una causa que, paradójicamente, podría destruirlos si se implantara en sus propios países.
Este fenómeno no es inocente. Revela el precio de un narcisismo militante que busca más la catarsis emocional que la justicia. Ya no se pelea por los hechos, sino por las emociones que generan las narrativas. Ya no se interesa la verdad, sino la épica que da sentido a una identidad. Cuando la política se reduce a esta lógica, el terrorismo se justifica como resistencia y la legítima defensa se convierte en crimen. La historia, los datos y las víctimas reales quedan relegados a un segundo plano o directamente borrados.
Romantizar a un verdugo es traicionar a las verdaderas víctimas. No hay justificación moral para la masacre indiscriminada de inocentes. Hamás no es Nelson Mandela. Gaza no es Soweto. Apoyar a un grupo que mata civiles, secuestra niños y reprime brutalmente a su propia población bajo el pretexto de enfrentar a un enemigo odiado no es un acto revolucionario ni un gesto de justicia. Es complicidad.
Y que nadie se equivoque: apoyar esa complicidad no tiene que ver con si se escribe desde un iPhone, se usa un pañuelo en el cuello o se profesa cierta ideología. Tiene que ver con elegir el lado de la ética o el de la barbarie. La solidaridad genuina no es una pose estética ni un grito en una marcha, sino un compromiso con la verdad y la vida humana, sin excepciones ni excusas.
Porque si todo vale en nombre de una causa, entonces ya no hay causa que valga.
Y cuando la justicia se vuelve selectiva, deja de ser justicia.
Es solo odio disfrazado de empatía.

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