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June 6, 2025 at 01:58 PM
LA PROTESTA SOCIAL NO SE "DECRETA"
Por: Yezid Arteta Dávila
“Lenin supo cuándo había que participar en la Duma zarista y cuándo sabotearla”, comentó Víctor Ríos durante una velada que un grupo de camaradas españoles, italianos y colombianos organizamos con frecuencia. Víctor hizo parte del círculo que rodeó a Julio Anguita —“El Califa Rojo” para los medios—, quien fue uno de los políticos de izquierda más votados, destacados y respetados de Europa. Anguita fue diputado, coordinador de Izquierda Unida y alcalde de Córdoba, la antigua y bellísima ciudad española que vio nacer a inmortales como Séneca y Averroes. Cuando Julio Anguita murió, el diario derechista El Mundo editorializó: “…una persona brillante, culta, seria, coherente y honesta, un político que no entendía la ideología —la suya era insobornablemente comunista— como una barrera para el diálogo, sino como un puente para el entendimiento”.
Anguita fue un extraordinario táctico que no dejó caer a la izquierda. La táctica constituye el abecé de la lucha. Una izquierda sin táctica no pinta nada, sobre todo en la frenética realidad colombiana. La protesta social es una táctica de lucha legítima con la que no se puede jugar. Una cosa es jugar al ajedrez y otra tirar los dados. En el ajedrez juega la táctica y la estrategia, en los dados la suerte. La protesta social no se puede jugar a la suerte. Firmar un decreto no es lo mismo que organizar una protesta. Un decreto lo firma un operador político. Una protesta social, en cambio, se organiza desde abajo. Es un calentamiento a fuego lento que encuentra un punto de ebullición. Descubrir ese punto de ebullición es tarea de los líderes sociales.
Decretar una protesta social es mero aventurerismo. La lucha social no puede entregarse al arbitrio de la burocracia política como parece estar ocurriendo en Colombia. Armando Benedetti, por ejemplo, es una especie de fontanero cuya misión en este gobierno es la de desatascar las cañerías por donde transcurre la política al uso. Para eso es menester tener dotes de manipulador e hígado de cerdo. Para nadie es un secreto que una iniciativa legislativa en Colombia sólo prospera a través de la vagabundería. Un terreno en el que Benedetti se desempeña medianamente. Para dirigir la protesta social, en cambio, se necesitan otras cualidades. Abaratar la lucha social es un mal negocio.
Estoy de acuerdo, Viejo Topo, con que la izquierda política y social colombiana debe mantener una ofensiva permanente para que la desnortada oposición de derecha no tenga capacidad de reacción. Ponerla siempre a la defensiva. Volverla lenta. Incapacitarla mentalmente. En esto Petro ha sido más listo que sus oponentes. Pero, Viejo Topo, convocar a la protesta sin método es pegarse un tiro en el pie. Lleva a la pérdida de musculatura de un activo político y social que por momentos ha puesto patas arriba a la oligarquía colombiana. Asimismo, el trabajo parlamentario no se puede desaprovechar.
La táctica de todo o nada cuando no se vive un momento prerrevolucionario es un error que puede pagarse caro. Táctica, Viejo Topo, táctica. Con táctica es como se avanza hasta un objetivo estratégico. Sin audacia no hay transformación. La izquierda y el progresismo colombiano cuentan con un activo político que puede acabar en la basura si la protesta social se define por “decreto”. El cuerpo social requiere de descanso para recobrar fuerza, y seguir empujando de cara a propinarle una nueva derrota electoral a la derecha.
Por otra parte está la lucha indígena. La organizada y modélica Minga Indígena que obligó a negociar a gobiernos recalcitrantes como el presidido por Álvaro Uribe, y paradigma del indigenismo americano, debería tomar posición frente a situaciones que manchan su reputación. Es el caso de pequeños grupos liderados por borrachos que maltratan y exponen a mujeres y niños en los espacios urbanos o realizan bloqueos sin ton ni son. El movimiento indígena colombiano cuenta con acreditados e inteligentes líderes y lideresas que admiro y respeto, empero es momento de pronunciarse contra aquellos que desnaturalizan la historia de sufrimiento, lucha y organización de las comunidades raizales.
Así las cosas, Viejo Topo, cabe actuar con táctica. Los fontaneros —aunque afean el proyecto de cambio— son necesarios para que actúen entre las putrefactas cañerías de la “política” colombiana. La caótica actividad parlamentaria también es útil, pero lo más importante es la protesta social pacifica y organizada. Sin abusar de ella.

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