El otro día estaba en el paradero, esperando que algún colectivo pasara con cupo para mí, cuando en otro pasó una amiga de mi ex trabajo. No la veía hace mucho tiempo, y a pesar de que nos tenemos en redes sociales, no conversamos seguido. Sin embargo, cuando la vi, la saludé con la mano efusivamente. Justo dio luz roja, así que ella bajó la ventana del colectivo y me respondió el saludo de vuelta. Yo le tiré besos con la mano para despedirme, porque justo detrás de su colectivo venía uno que me servía, y qué mejor: con cupo de copiloto. Al subirme, el chofer me dijo que le llamó la atención mi reacción y que era lindo ver esos gestos. Que antes lo veía bien seguido, pero que hace mucho tiempo no veía ese tipo de reacciones. Eso me llevó a pensar en lo desconectados que estamos como sociedad. Tristemente, a mi excompañera de trabajo no pude escribirle “me trajiste suerte, voy de copiloto. Te quiero”. Cuando el semáforo cambió a verde, su colectivo reanudó la marcha y fui testigo de cómo otro auto se saltaba el rojo, recibiendo todo el impacto en el lado donde iba ella. Desde ese día, cuando me despido de mis amigos o amigas, les digo “te quiero” y trato de estar más presente. Mi mejor amiga, madrina de mi hija, puede pasar semanas sin que hablemos. Somos esa amistad cactus, según redes sociales. Pero a pesar de la baja frecuencia, nunca nos decíamos palabras cariñosas. Hace dos meses empezó a trabajar en el norte. Viene cada 10 días aproximadamente, y ahora nos vemos más seguido que cuando vivíamos a tres pasajes. Cuando te quedas con mensajes sin decir, cuando se muere un ser querido, algo en ti cambia. No vuelves a ser el mismo. Cambias para bien o para mal. Pero algo se remueve. La Siniestra