
Felo
May 30, 2025 at 07:25 AM
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La guerra en Gaza nos rompió a todos, nos hemos dado cuenta muy de poco, y algunos todavía ni eso. Hemos asistido, sin asistir, a una masacre constante, diaria, a una población por el solo hecho de ser quiénes son y vivir donde viven.
No fue hasta que se llegó a los 50 mil muertos, cin-cuen-ta mil, que la condena subió de tono. El poder de una cifra redonda en un mundo que todo lo cuantifica. Gaza está rota, sus edificios, sus calles, sus hospitales, sus milenarios olivos, todo reducido a un montón interminable de escombros. Un paisaje sin más colores que grises y marrones.
Gaza está rota, su gente, los muertos en bombardeos, los muertos en incendios, los muertos cuando iban a ayudar a los que se estaban muriendo por los bombardeos. Los muertos que alimentaban a los que sobrevivían. Están rotos los que murieron, despedazados, desmembrados. Están rotos los que sobrevivieron, amputados, traumados.
Se rompió la posibilidad de paz, si es que alguna vez la hubo, se rompió la convivencia, la diplomacia, el diálogo. Se rompió la sensación de seguridad en Israel aquel 7 de octubre, se rompieron familias, juventudes, tranquilidad. Y vale recordar que ese ataque terrorista fue para romper un inminente acuerdo entre Israel y Arabia Saudita. Pero además, y aunque todavía la mayoría no se dio cuenta, se va a romper la sociedad en Israel. Ningún país se puede mantener sano cuando justifica el asesinato de 15 mil niños, quin-ce mil. No sé cuando será, si cuando caiga el gobierno de Netanyahu, cuando vuelvan todos los rehenes o cuando las manifestaciones se hagan gigantes, pero en algún momento la conciencia histórica va a despertar y mirarse en ese espejo será traumático para los israelíes. Los sensatos y humanistas tienen por delante una tarea titánica.
Por si no se dieron cuenta se rompió la institucionalidad internacional. De poco vale una condena de la Corte Penal Internacional, ser un criminal de guerra trae pocas consecuencias, por ahora. Un Estado está cometiendo un genocidio y no es expulsado de ningún organismo internacional, ninguno, ni siquiera en el ámbito deportivo, tan rápido de reflejos en otras ocasiones.
Nos rompimos todos cuando ponerle palabras a lo que sucede se volvió una trampa. Cuando no podemos decirle genocidio a un genocidio. Nos rompimos del todo cuando buscamos pretextos para justificar la muerte de niños, quin-ce mil, que los terroristas los usan de escudos humanos, que no hay inocentes, que los de Hamas se esconden en escuelas, refugios y hospitales. Quin-ce mil.
En Japón hay un arte de reparar objetos que resalta las grietas y facturas en lugar de ocultarlas. La comparación falla porque las personas no somos jarrones y sobre todo porque hoy hay mucha más gente dispuesta a prender fuego el bazar entero que a juntar las piezas de lo destruido.
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