Se le llama también Espíritu Eterno (Heb 9,14), porque es Dios, y actúa en unidad con el Padre y el Hijo desde siempre y para siempre. Como Espíritu de Santidad (Rom 1,4), es quien consagra y purifica, y como Espíritu que da testimonio (Rom 8,16), afirma en lo íntimo la filiación divina de los creyentes. Cada título resplandece un rostro de Dios que nos ama y permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos.