El 22 de mayo de 1485, los Reyes Católicos culminaban con éxito la toma de Ronda, una de las plazas más imponentes y estratégicas del Reino nazarí de Granada. Encajada entre escarpadas montañas y defendida por poderosas murallas, Ronda era considerada casi inexpugnable. Su caída fue una hazaña militar y un golpe simbólico demoledor para los musulmanes, pues abría el camino hacia el dominio definitivo de la serranía malagueña. Aquel día, el ejército cristiano —bien pertrechado y decidido— logró penetrar en la ciudad tras un asedio implacable. Esta victoria no solo permitió consolidar el control sobre el oeste andaluz, sino que también impulsó la ofensiva hacia Málaga, que sería tomada en 1487. Ronda se convirtió así en un hito más de la imparable campaña que conduciría a la definitiva unión territorial de la Corona y al ocaso del último reino musulmán en la península.