El presbiprotestante
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February 21, 2025 at 04:28 PM
¿Qué dice la confesión de Fe de Westminster? Resumen del cap. 16 al 20. CAPÍTULO DIECISÉIS: De las buenas obras. P.1 Las buenas obras son solo aquellas que están mandadas por Dios en Su Palabra, y no las que los humanos inventan sin Su autoridad, por entusiasmo o buenas intenciones. P.2 Las buenas obras, hechas en obediencia a Dios, son el fruto de una fe verdadera. Con ellas, los creyentes muestran gratitud, fortalecen su fe, edifican a otros, adornan el Evangelio, silencian a los enemigos y glorifican a Dios. Son hechas por Él, para que den fruto en santidad y conduzcan a la vida eterna. P.3 Los creyentes no tienen la capacidad de hacer buenas obras por sí mismos. Solo por el Espíritu de Cristo pueden hacerlas. Además de las gracias que ya han recibido, necesitan la ayuda del Espíritu Santo, quien les da el deseo y la habilidad para hacer lo bueno. Aun así, no deben esperar a una inspiración especial del Espíritu, sino ser diligentes en cultivar la gracia de Dios en ellos. P.4 Aunque los creyentes puedan hacer grandes obras, nunca llegarán a hacer más de lo que Dios exige. Siempre fallan en cumplir todo lo que deben. P.5 Nuestras mejores obras no pueden ganar el perdón de los pecados o la vida eterna, ya que la diferencia entre nuestras obras y la gloria de Dios es infinita. Incluso cuando hagamos todo lo posible, solo estamos cumpliendo con lo que nos corresponde, y seremos siervos inútiles. Como nuestras obras provienen del Espíritu de Dios, siempre están marcadas por nuestra debilidad y no pueden soportar el juicio de Dios. P.6 Sin embargo, cuando las personas creen en Cristo, sus obras también son aceptadas en Él. Aunque no sean perfectas ante Dios, Él se complace en aceptarlas (viendo a Cristo en nosotros) y recompensarlas por su sinceridad, a pesar de sus debilidades e imperfecciones. P.7 Las obras de los no regenerados, aunque sean buenas en su esencia, no son agradables a Dios, ya que no provienen de un corazón purificado por la fe ni se hacen para Su gloria. Por eso, aunque sean útiles, son pecaminosas y no agradan a Dios. Además, su falta de buenas obras es aún más pecaminosa ante Él. CAPÍTULO DIECISIETE: De la perseverancia de los santos P.1 Aquellos que han sido aceptados por Dios en Cristo, llamados y santificados por Su Espíritu, no pueden caer completamente del estado de gracia. Ellos ciertamente perseverarán hasta el final y serán salvos eternamente. P.2 La perseverancia de los santos no depende de su propio libre albedrío, sino de la inmutabilidad del decreto de elección, que proviene del amor inmenso e inmutable de Dios, el mérito e intercesión de Cristo, la permanencia del Espíritu y la simiente de Dios dentro de ellos. Todo esto da certeza e infalibilidad a su perseverancia. P.3 Aunque los santos pueden caer en pecados graves debido a las tentaciones de Satanás, el mundo, la corrupción que aún queda en ellos y el olvido de los medios para preservarse, pueden permanecer en sus pecados por un tiempo. Esto trae desagrado de Dios, tristeza al Espíritu Santo, y privación de gracia y privilegios. Pueden endurecer su corazón, herir su conciencia, escandalizar a otros y sufrir juicios temporales. CAPÍTULO DIECIOCHO: De la seguridad de la gracia y de la salvación. P.1 Aunque los hipócritas y los no regenerados pueden engañarse con falsas esperanzas de estar en el favor de Dios, aquellos que verdaderamente creen en Jesús y le aman sinceramente, esforzándose por vivir con buena conciencia, pueden estar seguros de que están en el estado de gracia y pueden regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios, una esperanza que nunca los avergonzará. P.2 Esta certeza no es una simple suposición o esperanza incierta. Es una seguridad infalible, basada en las promesas de salvación de Dios, en la evidencia interna de las gracias que acompañan esas promesas, y en el testimonio del Espíritu Santo que nos confirma como hijos de Dios. El Espíritu es el sello de nuestra herencia y nos asegura el día de la redención. P.3 Esta seguridad no es parte esencial de la fe. Un creyente verdadero puede tener que esperar y luchar mucho antes de experimentar esta certeza. Sin embargo, capacitado por el Espíritu Santo, el creyente puede obtener esta seguridad mediante el uso correcto de los medios ordinarios, sin necesidad de revelación extraordinaria. Por eso, es deber de cada uno ser diligente en asegurar su llamado y elección, para que su corazón se llene de gozo, paz, amor y gratitud a Dios, y así se fortalezca en obedecer, pues esta seguridad nunca debe inducir a la negligencia. P.4 La seguridad de la salvación de los verdaderos creyentes puede ser sacudida, disminuida o interrumpida debido a la negligencia en preservarla, caer en pecado que hiere la conciencia, o por una tentación repentina. A veces, Dios les retira la luz de su rostro, permitiendo que caminen en tinieblas. Sin embargo, los verdaderos creyentes nunca son completamente privados de la simientes de Dios ni de la vida de la fe, el amor de Cristo, o el deber sincero. CAPÍTULO DIECINUEVE: De la Ley de Dios. P.1 Dios dio a Adán una ley como pacto de obras, exigiendo obediencia completa y eterna. Prometió la vida si la cumplía y la muerte si la quebrantaba, dándole el poder para guardarla. (En Adán estaba representada toda la raza humana). P.2 Tras la caída, esta ley (moral) siguió siendo la regla perfecta de justicia. Fue dada a Moisés en el Monte Sinaí en los diez mandamientos: los primeros cuatro hablan de nuestra relación con Dios y los otros seis de nuestra relación con los demás. P.3 Además de la ley moral, Dios dio a Israel leyes ceremoniales que prefiguraban a Cristo y sus beneficios, y también daban instrucciones sobre deberes morales. Estas leyes ceremoniales fueron abolidas con el Nuevo Testamento. P.4 A Israel, como nación política, Dios le dio leyes judiciales que expiraron junto con el Estado de Israel, por lo que no obligan a otras naciones, salvo en lo que la equidad general lo exija. P.5 La ley moral obliga siempre a todos, justificados o no, tanto en su contenido como en la autoridad de Dios que la dio. Cristo no anuló la ley, sino que la reforzó en el Evangelio. P.6 Aunque los creyentes no están bajo la ley como pacto de obras para ser justificados, la ley sigue siendo útil para ellos. Les muestra la voluntad de Dios, les revela su pecado y les hace ver la necesidad de Cristo. También ayuda a los regenerados a restringir su pecado y les recuerda las consecuencias de la desobediencia. Las promesas de la ley muestran las bendiciones de la obediencia, pero no como algo ganado por la ley como pacto de obras. P.7 Los usos de la ley no son contrarios a la gracia del Evangelio, sino que van de la mano con ella. El Espíritu de Cristo capacita la voluntad humana para hacer libremente lo que la ley requiere. CAPÍTULO VEINTE: De la libertad cristiana y la libertad de consciencia. P.1 La libertad que Cristo ha adquirido para los creyentes incluye la liberación de: la culpa del pecado, la condenación de Dios, la maldición de la ley moral, y del dominio del pecado, Satanás, las aflicciones, la muerte, el sepulcro y la condenación eterna. También les da acceso libre a Dios y les permite obedecerle, no por miedo, sino por amor. Bajo el Nuevo Testamento, esta libertad se ha ampliado, pues los creyentes están libres de la ley ceremonial (de la cual fue sujeta la iglesia en el antigüo testamento) y tienen un acceso más cercano a Dios y su Espíritu. P.2 Dios es el único Señor de la consciencia, y en temas de fe y adoración, ha dejado libre a la consciencia humana de doctrinas o mandamientos humanos contrarios a Su Palabra (esto quiere decir que debemos adorar de acuerdo a su palabra). Creer u obedecer esas doctrinas es traicionar la verdadera libertad de consciencia, y exigir fe o obediencia ciega destruye esa libertad. P.3 Los que, bajo el pretexto de la libertad cristiana, practican el pecado o tienen deseos impuros, destruyen el propósito de la libertad cristiana, que es servir a Dios en santidad y rectitud sin miedo, todos los días de la vida. P.4 Los que, bajo el pretexto de la libertad cristiana, se oponen a la autoridad legítima, ya sea civil o eclesiástica, están resistiendo la ordenanza de Dios. Los poderes establecidos por Dios y la libertad que Cristo ha dado no deben destruirse, sino sostenerse mutuamente. Los que promueven opiniones erróneas que destruyen la paz y el orden establecidos por Cristo deben ser llamados a rendir cuentas y ser reprendidos por la iglesia o el gobierno civil.
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