El presbiprotestante
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February 26, 2025 at 03:36 PM
Resumen de la confesión de Fe de Westminster: cap. 26 al 30. Capítulo Veintiséis: De la comunión de los santos. P.1 Todos los creyentes, unidos a Cristo por el Espíritu y la fe, tienen comunión con Él en todo lo que Él hizo y es: en sus gracias, sufrimientos, muerte, resurrección y gloria. Además, estando en comunión unos con otros en amor, comparten también los dones y bendiciones espirituales, y están llamados a cumplir deberes mutuos que contribuyen al bienestar de todos, tanto en lo espiritual como en lo material. P.2 Los creyentes tienen la responsabilidad de mantener una comunión santa, adorando a Dios juntos y realizando servicios espirituales que fortalezcan su fe. También deben ayudarse mutuamente en las necesidades materiales, según sus capacidades. Esta comunión debe extenderse a todos los que invocan el nombre del Señor, sin importar su ubicación. P.3 La comunión de los santos con Cristo no significa que participen de su divinidad ni que sean iguales a Él. Cualquier intento de afirmar estas ideas es blasfemo. Tampoco la comunión entre los santos afecta o quita el derecho que cada uno tiene sobre sus bienes y posesiones (propiedad privada). Capítulo Veintisiete: De los sacramentos. P.1 Los sacramentos son signos sagrados del pacto de gracia, establecidos por Dios para representar a Cristo y sus beneficios, confirmar nuestra participación en Él, diferenciar a los que pertenecen a la iglesia de los que no, y comprometer a los creyentes al servicio a Dios según su Palabra. P.2 En cada sacramento existe una unión espiritual entre el signo y lo que simboliza, de modo que los efectos del signo se aplican también a lo que representa. P.3 La gracia que se recibe a través de los sacramentos no viene de algún poder inherente a ellos, ni depende de la piedad del ministro, sino de la obra del Espíritu y de la Palabra de Dios, que contiene tanto un mandato para su uso como una promesa de bendición a quienes los reciben de manera digna. P.4 En el Evangelio hay solo dos sacramentos instituidos por Cristo: el bautismo y la Santa Cena. Ninguno de estos debe ser administrado por alguien que no sea un ministro de la Palabra debidamente ordenado. P.5 Los sacramentos del Antiguo Testamento, en cuanto a lo espiritual que representaban, son esencialmente los mismos que los del Nuevo Testamento. Capítulo Veintiocho; Del bautismo. P.1 El bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo, que tiene como propósito admitir a la persona en la iglesia visible y ser un signo y sello del pacto de gracia, simbolizando la unión con Cristo, la regeneración, el perdón de pecados y la entrega a Dios para vivir una nueva vida. Este sacramento debe seguir realizándose en la iglesia hasta el fin del mundo. P.2 El agua es el elemento externo que se usa en el bautismo, y la persona debe ser bautizada en el nombre del Padre,y del Hijo y del Espíritu Santo, por un ministro del Evangelio debidamente llamado. P.3 No es necesario sumergir completamente a la persona en agua; el bautismo es válido si se realiza por aspersión o efusión de agua sobre la persona. P.4 No solo deben ser bautizados los que profesan fe en Cristo y le obedecen, sino también los infantes, hijos de padres creyentes (por lo menos uno de ellos). P.5 Aunque el descuido del bautismo es un pecado grave, la gracia y la salvación no están tan estrictamente unidas al bautismo como para que nadie sea salvo sin él, ni para que todos los que son bautizados sean necesariamente regenerados. P.6 La eficacia del bautismo no depende del momento exacto en que se administre, pero a través del uso adecuado de este sacramento, la gracia prometida es realmente dada por el Espíritu Santo a aquellos a quienes corresponde, según el plan y tiempo establecidos por Dios. P.7 El bautismo se administra solo una vez a cada persona. Capítulo Veintinueve: De la Santa Cena. P.1 Nuestro Señor Jesús instituyó la Santa Cena la noche en que fue traicionado, para que su iglesia la celebre hasta el fin del mundo. Este sacramento tiene como fin recordar el sacrificio de Cristo, sellar los beneficios de su muerte en los creyentes, nutrir su vida espiritual, fortalecer su compromiso con Él, y ser un lazo de comunión entre los creyentes y con Cristo. P.2 En la Santa Cena, Cristo no es ofrecido nuevamente como sacrificio por los pecados. Es una conmemoración del sacrificio único de Cristo en la cruz, y una ofrenda espiritual a Dios por ese sacrificio. La misa papal, que pretende ser otro sacrificio, es una ofensa al único sacrificio de Cristo. P.3 En este sacramento, los ministros deben proclamar la Palabra de Cristo, orar, bendecir los elementos del pan y el vino, y separarlos para su uso santo. Luego, deben repartir el pan y el vino entre los comulgantes presentes. P.4 Las misas privadas, recibir el sacramento en solitario, negar la copa al pueblo, adorar los elementos, elevarlos o moverlos para adoración, y reservarlos para un uso religioso distinto al establecido por Cristo, son contrarias a la naturaleza de la Santa Cena. P.5 Los elementos, al ser apartados para el uso sacramental, están relacionados con el cuerpo y la sangre de Cristo, aunque siguen siendo pan y vino en su sustancia. P.6 La doctrina de la transubstanciación, que sostiene que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo por la consagración, es contraria a la Biblia, al sentido común y a la razón. Esta doctrina distorsiona el sacramento y ha llevado a supersticiones y idolatrías. P.7 Los creyentes dignos, al participar de los elementos visibles, también participan espiritualmente por la fe del Cristo crucificado y de todos los beneficios de su muerte. El cuerpo y la sangre de Cristo no están presentes de manera física en el pan y el vino, sino que están espiritualmente presentes para los creyentes, tan real como el pan y el vino que están viendo. P.8 Los ignorantes y los malvados que reciben los elementos externamente, no reciben la gracia del sacramento. Al hacerlo indignamente, son culpables del cuerpo y la sangre de Cristo y se condenan. Por esta razón, los que no están preparados espiritualmente no deben participar de la Santa Cena, ya que hacerlo sería un pecado grave. Capítulo Treinta: De las censuras eclesiásticas. P.1 Jesucristo, como Rey y Cabeza de la iglesia, ha establecido un gobierno eclesiástico, diferente al del magistrado civil, dirigido por los oficiales de la iglesia. P.2 A estos oficiales se les ha confiado las llaves del Reino de los Cielos, lo que les da poder para retener o remitir pecados, cerrar el Reino a los que no se arrepienten mediante la Palabra y las censuras, y abrirlo a los pecadores arrepentidos mediante el ministerio del Evangelio y la absolución de las censuras, según lo exijan las circunstancias. P.3 Las censuras eclesiásticas son necesarias para restaurar a los hermanos que han pecado, disuadir a otros de caer en el mismo pecado, purificar a la iglesia, defender el honor de Cristo y proteger la santidad del Evangelio. También previenen la ira de Dios, que podría caer sobre la iglesia si permitiera la profanación del Pacto del Señor por parte de los pecadores obstinados. P.4 Para lograr estos fines, los oficiales de la iglesia deben actuar mediante amonestaciones, suspensión temporal del sacramento de la Santa Cena y excomunión, según la gravedad del pecado y el comportamiento de la persona.
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