
Fedecomunidad
February 23, 2025 at 10:17 AM
San Vicente de Chucurí. Febrero 15 de 1.966.
Atravesamos un pequeño bosque de añosos eucaliptos. La serenidad de la tarde que terminaba se confundió con el recogimiento que habitaba en la capilla. Estaba casi colmada de personas de diferentes edades y condiciones. En un costado izquierdo vimos una pequeña placa en mármol, como homenaje, y en el piso, cerca al altar, los nombres de los estudiantes masacrados por la policía en junio de 1954.
En esa capilla de la Universidad Nacional, ayer que se cumplían 59 años de su muerte en combate en Patio Cemento, Santander, se realizó un acto religioso en homenaje a Camilo Torres Restrepo, el cura guerrillero, el sociólogo que al regresar de Lovaina funda la facultad de sociología de la Universidad Nacional, el dirigente popular que organizó el Frente Unido buscando que las mayorías tomaran el poder. Y por encima de todo, el cristiano que leyendo el mensaje de justicia de Jesucristo decidió ir hasta las últimas consecuencias en su amor por el prójimo, por sus hermanos, los olvidados, los perseguidos, los expoliados por la minoría en contra de la cual se levantó Camilo, quien dejando las comodidades de su aristócrata familia, en un supremo gesto de honradez ética e intelectual, concluyó que el amor solo valía si era eficaz y se materializaba en hechos que conducían a quitar del poder económico, político y cultural a las oligarquías, del sitial que con violencia y engaño de todo tipo detentaban, en el que incluía tanto a las maniobras de los políticos del Frente Nacional como a las prácticas de las jerarquías católicas. Las mismas que lo odiaron, representadas en el cardenal Concha, quien como un escorpión, como una serpiente venenosa y siguiendo las órdenes de sus amos en el poder liberal-conservador, se lanzó en contra de Camilo, lo vetó como capellán de la Nacional, le prohibió celebrar misa, lo trasladó permitiéndole solo firmar partidas de bautismo. Entre tanto Camilo se compenetraba con los sufrimientos de su pueblo, iba a los barrios populares, llamaba a la unidad, sorteaba detenciones, el hostigamiento y los seguimientos de los perros de la oligarquía, faena casa vez más peligrosa y asfixiante, y escribía, continuaba su estudio y el análisis de la realidad colombiana con los instrumentos que le proporcionaba el marxismo y las ciencias sociales, sin claudicaciones, sin anteponer la vanidad, el ego, sin pretender ser caudillo, redentor, en una humildad cristiana digna de todo respeto y admiración.
Quien ofició la misa fue el sacerdote jesuita Javier Giraldo, de la estatura moral de Camilo a quien se refirió con una familiaridad que escapa a nuestra comprensión como quiera que encierra las identidades en el misterio de la fe y en su espiritualidad, pero que traslucía la convergencia en los ideales de la justicia social. Recordó el padre Giraldo que Camilo afirmaba que es deber de todo cristiano hacer la revolución, que, a cincuenta años de su muerte, otro de los grandes de la teología de la liberación, el obispo Casaldáliga, el obispo de los pobres del Brasil, hizo un homenaje grande a Camilo Torres, San Camilo, mártir de la liberación lo llamó. Recordó el obispo que él fue no sólo de Colombia sino de nuestra América, “cuando tantos y tantas están de vuelta, tú estás de llegada.”
También evocó Javier Giraldo las palabras del sacerdote francés. Louis Lebret:
¡Oh Dios!, envíanos locos, de los que se comprometen a fondo, de los que se olvidan de sí mismos, de los que aman con algo más que con palabras, de los que entregan su vida de verdad y hasta el fin.”
Uno de los asistentes, al final del acto religioso dijo unas breves palabras sobre la actualidad del pensamiento de Camilo. Terminó diciendo:
“Caminante no hay camino, se hace Camilo al andar.”
Cuando salimos la noche había llegado, continuaba apacible. Por esos senderos de la ciudad blanca que reconfortados, ahora transitábamos, caminó el sacerdote Camilo Torres Restrepo hace más de sesenta años con la firme convicción de que el evangelio y la revolución podían encontrarse en Colombia.
JAIME CÁRDENAS.