Que venga. Que la noche ataque. No importa ya. Pues me recupero, aunque el dolor se estanque en mi interior. Vuelvo a ver… y me quito los ojos. Vuelvo a oír… pero subo el volumen de mi música al máximo para no escuchar. Historias… es lo que dejé de escribir. Y mi lengua, ya no puede poetizar. Parece que necesito un cambio de aceite. Que venga y ataque otra vez, que destroce mi puerta. Quedaré en silencio, esperando su llegada. Cuando el corazón se enamora, tonto e ingenuo, parece que la mente también se atonta. Pues no puedo parar de nombrarla… y soñarla. Siempre quise una casa en el árbol. Mi refugio. Tener mis cosas. Incluso poder pasar todo el día en él. Pero jamás tuve ese privilegio. Sé que no viene al tema… pero jamás me gustó el atardecer. A muchos les gusta. A mí, no. Se termina el día, y eso significa que vendrá algo peor: la noche. Tan oscura. Tan evidente. Te envuelve completo. ¿Y si te digo que me gusta? ¿Qué pensarás ahora? Si te digo que disfruto… cuando disfruto de la ausencia del día. Sé que si muero y revivo, y apago la antorcha, estará ahí para acariciarme y abrazarme. ¿Demasiadas metáforas, no? ¿Qué quieres que te diga? No tengo inspiración. Mis ojos… cansados están. Y lo único que quiero es poder recostarme y tener paz. ¿No queremos todos eso? ¿Acaso el siguiente escrito tendrá más valor y peso emocional? ¿Debería escribir con la tristeza, o con el odio? Pues mi corazón llora, y mi mente toma venganza… y arremete contra mi