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May 21, 2025 at 02:22 PM
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GENUINA IGLESIA ORTODOXA GRIEGA.
El Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo
El Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo ocupa un lugar único entre los discípulos escogidos de Cristo Salvador. A menudo, en la iconografía, se representa al Apóstol Juan como un anciano gentil, majestuoso y espiritual, con rasgos de inocente ternura, la huella de una calma absoluta en la frente y la mirada profunda de quien contempla revelaciones no expresadas. Otro rasgo fundamental del rostro espiritual del Apóstol Juan se revela en su enseñanza sobre el amor, por la cual se le atribuye el título preeminente de "Apóstol del Amor". De hecho, todos sus escritos están impregnados de amor, cuyo concepto básico lleva a la comprensión de que Dios en su Ser es Amor (1 Jn. 4:8). En sus escritos, San Juan se detiene especialmente en las manifestaciones del amor inefable de Dios por el mundo y la humanidad, el amor de su Divino Maestro. Exhorta constantemente a sus discípulos al amor mutuo.
El servicio del Amor fue la esencia de la vida del Apóstol Juan el Teólogo.
Las cualidades de calma y profunda contemplación se combinaban en él con una fidelidad ardiente, un amor tierno e ilimitado, intenso e incluso con cierta brusquedad. De las breves indicaciones de los evangelistas se desprende que estaba dotado en grado sumo de una naturaleza ardiente, y su apasionamiento sincero alcanzaba a veces un celo tan tempestuoso que Jesucristo se vio obligado a amonestarlo, calificándolo de discordante con el espíritu de la nueva enseñanza (Mc 9, 38-40; Lc 9, 49-50, 54-56), y llamó al apóstol Juan y a su hermano de nacimiento, el apóstol Santiago, "Hijos del Trueno" ("Boanerges"). Durante este tiempo, San Juan mostró escasa modestia, y aparte de su posición particular entre los apóstoles como "el discípulo a quien Jesús amaba", no destacó entre los demás discípulos del Salvador. Los rasgos distintivos de su carácter eran la observancia y la sensibilidad a los acontecimientos, impregnados de un profundo sentido de obediencia a la voluntad de Dios. Las impresiones recibidas del exterior rara vez se reflejaban en sus palabras o acciones, pero penetraban profunda y poderosamente en la vida interior del santo apóstol Juan. Siempre sensible a los demás, su corazón se dolía por los que perecían. El apóstol Juan, con piadosa conmoción, estaba atento a la enseñanza divinamente inspirada de su Maestro, a la plenitud de la gracia y la verdad, en una comprensión pura y sublime de la gloria del Hijo de Dios. Ningún rasgo de la vida terrenal de Cristo Salvador escapaba a la mirada penetrante del apóstol Juan, ni ningún acontecimiento ocurría que no dejara una profunda huella en su memoria, pues en él se concentraba toda la plenitud y totalidad de la persona humana. Los pensamientos del apóstol Juan el Teólogo también están imbuidos de una integridad similar. Para él, la dicotomía de la persona no existía. Según sus preceptos, donde no hay plena devoción, no hay nada. Habiendo elegido el camino del servicio a Cristo, lo cumplió hasta el final de su vida con una devoción completa e indivisa. El apóstol Juan habla de una devoción integral a Cristo, de la plenitud de vida en Él, por lo que también considera el pecado no como una debilidad y una lesión de la naturaleza humana, sino como un mal, como un principio negativo, completamente opuesto al bien (Jn. 8:34; 1 Jn. 3:4, 8-9). Desde su perspectiva, es necesario pertenecer a Cristo o al diablo; no es posible ser mediocre, tibio e indeciso (1 Jn. 2:22, 4:3; Ap. 3:15-16). Por lo tanto, sirvió al Señor con amor indiviso y abnegación, habiendo repudiado todo lo que pertenece al antiguo enemigo de la humanidad, el enemigo de la verdad y el padre de la mentira (1 Jn. 2:21-22). Con la misma intensidad con que ama a Cristo, con la misma intensidad desprecia al Anticristo; con la misma intensidad ama la verdad,Con igual intensidad rechaza la falsedad, pues la luz expulsa las tinieblas (Jn. 8:12; 12:35-36). Mediante la manifestación del fuego interior del amor, da testimonio, con el poder único del espíritu, de la divinidad de Jesucristo (Jn. 1:1-18; 1 Jn. 5:1-12).
Al apóstol Juan le fue dada la última palabra de la Revelación Divina (es decir, el último libro de las Sagradas Escrituras), introduciendo los misterios más preciados de la vida interior divina, conocidos solo por el Verbo eterno de Dios, el Hijo Unigénito.
La verdad se refleja en su mente y en sus palabras, donde la siente y la capta en su corazón. Tiene comprensión de la Verdad eterna, y al verla, la transmite a sus amados hijos espirituales. El apóstol Juan con sencillez afirma o niega y habla siempre con absoluta precisión (1 Jn. 1: 1). Escucha la voz del Señor, que le revela lo que Él mismo escucha del Padre.
La teología del apóstol Juan suprime la frontera entre el presente y el futuro. Mirando el tiempo presente, no se detiene en él, sino que transporta su mirada a lo eterno en el tiempo pasado y a lo eterno en el tiempo futuro. Y por ello, exhortando a la santidad en la vida, proclama solemnemente que «todos los nacidos de Dios no pecan» (1 Jn. 5:18; 3:9). En comunión con Dios, el verdadero cristiano participa de la vida divina, por la cual el futuro de la humanidad se cumple ya en la tierra. Al explicar y revelar la enseñanza sobre la Economía de la salvación, el apóstol Juan se adentra en el ámbito del eterno presente, donde el Cielo coincidiría con la tierra y esta sería iluminada con la Luz de la Gloria Celestial.
Así, el pescador galileo, hijo de Zebedeo, se convirtió en teólogo, proclamando mediante el Apocalipsis el misterio de la existencia del mundo y el destino de la humanidad.
La celebración del 8 de mayo en honor del santo apóstol Juan el Teólogo fue establecida por la Iglesia en memoria de la extracción anual, ese día, en el lugar de su entierro, de cenizas finas de rosa, que los creyentes recogían para la curación de diversas enfermedades. El relato de la vida del santo evangelista Juan el Teólogo se sitúa el 26 de septiembre, día de su reposo.