En la historia de la gastronomía, hay platos que desafían la técnica. Otros, la ética. Y algunos, como el Rôti Sans Pareil —“el asado sin igual”— desafían todo al mismo tiempo. La receta nació a principios del siglo XIX, de la mano del excéntrico gourmet francés Alexandre Balthazar Laurent Grimod de la Reynière. Su concepto: un asado relleno dentro de otro asado… y así sucesivamente. No con tres capas, como el famoso turducken estadounidense, sino con diecinueve animales diferentes, diecisiete de ellos aves. Todo comenzaba con una avutarda koru, rellena con un pavo, que contenía un ganso, que encerraba un faisán, seguido por un pollo, un pato, una gallina de Guinea, una cerceta, una becada, una perdiz, un chorlito, una avefría, una codorniz, un acelerador (una pequeña ave), una alondra, un banderín, una curruca… y finalmente, en el centro, una aceituna rellena con una anchoa y alcaparras. Entre cada capa: castañas, pan especiado y carne concentrada. Todo esto, cocido a fuego lento durante 24 horas en una mezcla de jamón picado, cebollas, clavos de olor, apio, ajo, vinagreta, grasa de cerdo y un festín de especias. El resultado no era solo un plato. Era un manifiesto culinario de exceso y ostentación. En palabras modernas: el “monstruo de Frankenstein” de la cocina. Hoy, sería impensable replicarlo. Algunas de las especies están protegidas —como la avutarda o el escribano hortelano—, y los métodos empleados para cebarlas y sacrificarlas, como el ahogamiento en armañac o el engorde forzado en la oscuridad, son un reflejo grotesco de otras épocas. Quizá por eso el Rôti Sans Pareil ha pasado a la historia, no como una obra maestra de la gastronomía… sino como una advertencia. Un monumento al exceso. Y una pregunta abierta: ¿hasta dónde puede llegar el apetito humano cuando se le da libertad absoluta?