
El presbiprotestante
May 19, 2025 at 05:26 AM
La misma tienda y el mismo dueño.
Para los judíos que creyeron en Jesús en el primer siglo, el cristianismo no era una religión nueva; la iglesia no se trataba de un pueblo diferente o de un cuerpo diferente. Ellos no pensaban que estaban dejando el judaísmo para entrar en otra cosa. No, ellos creían que estaban siguiendo en la misma línea, que el Mesías prometido por Dios ya había venido, y que todo lo que los profetas habían anunciado se estaba cumpliendo delante de sus ojos.
El historiador Justo L. Gonzáles escribió: «Los primeros cristianos no creían que pertenecía a una nueva religión. Ellos creían que el MESÍAS había venido. Su mensaje a los judíos no era por tanto que tenían que dejar de ser judíos, sino al contrario, que ahora que la edad Mesianica se había inaugurado debían ser mejores judíos».
Ellos no pensaban: “Bueno, ahora pertenezco a una nueva fe”. Más bien pensaban: “Por fin se cumplió lo que esperábamos”.
Y eso es exactamente lo que vemos en las tres predicaciones más importantes del libro de los Hechos: la de Pedro, la de Esteban y la de Pablo.
Pedro, en Hechos capítulo 2, en el día de Pentecostés, no le está hablando a paganos, le está hablando a israelitas. Y ¿qué les dice?
Esto no es una novedad. Esto es lo que Dios ya había dicho por el profeta Joel. Esto es lo que David ya sabía.
Él no dijo: la iglesia es un "plan B" o se volverá un "plan b" si ustedes lo rechazan. No, el dijo: Este es el cumplimiento de la promesa hecha a David.
> “Porque David dice de él… no dejarás mi alma en el Hades…” (v. 27).
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús… Dios le ha hecho Señor y Cristo” (v. 36).
¿Y qué pasó? El pueblo no dijo: “Pedro, ¿cómo que ahora una nueva religión?”
No. Ellos entendieron que habían rechazado al que David anunció, y preguntaron angustiados: “¿Qué haremos?” (v. 37).
Pedro no les dijo: “Únanse a otra fe”, sino: “Arrepentíos y bautícese cada uno… en el nombre de Jesucristo” (v. 38). ¿Lo ves? No es una nueva historia. Es la misma historia avanzando.
Esteban, en Hechos 7, hace lo mismo. Les da un repaso completo desde Abraham hasta sus días.
Les muestra cómo Israel ha tenido una historia de rebeldía constante: rechazaron a José, a Moisés, a los profetas… y ahora a Cristo.
Pero Esteban nunca les dice que el cristianismo es otra cosa. Lo que les dice es que ellos, los que rechazaron al Mesías, están fuera del verdadero Israel.
> “¡Duros de cerviz… como vuestros padres, así también vosotros!” (v. 51).
“A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?” (v. 52).
Y mientras lo mataban, Esteban veía al Hijo del Hombre a la diestra del Padre.
Cristo está reinando, cumpliendo el Salmo 110. No es que empezó un nuevo pueblo. El verdadero pueblo sigue, pero solo con los que reciben al Hijo.
Pablo, en Hechos 13, entra a una sinagoga y empieza desde Abraham, pasa por Egipto, el éxodo, los jueces, Saúl, David… y aterriza en Cristo.
¿Ves la línea? Es la misma. No rompe con nada. No presenta nada nuevo. Dice:
> “Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel” (v. 23).
“Os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres” (v. 32).
“Dios la ha cumplido… resucitando a Jesús” (v. 33).
Todo está cumpliéndose.
Y como Pedro y Esteban, Pablo también advierte:
> “Mirad, pues, que no venga sobre vosotros lo que está dicho en los profetas” (v. 40).
Cristo es el cumplimiento. El pueblo que lo recibe es el que sigue en el pacto. Los demás, aunque tengan sangre judía, están fuera.
Y aquí va el ejemplo que siempre uso, porque es muy claro:
Imagina que tú trabajas en una tienda que se llama «Israel». Esa tienda es del Padre. Pero desde el inicio tuvo varios administradores: sin embargo, todos sabían que un día vendría el Hijo del dueño a administrar la tienda. Y ese día llega. El Hijo entra, toma el mando, y dice: “A partir de ahora, todo el que quiera seguir en esta tienda tiene que estar registrado bajo mi nombre”.
Algunos empleados se registran con gusto. Otros se ofenden. Dicen: “¿Cómo que este viene a mandar? Nosotros ya estábamos aquí desde hace tiempo”.
Entonces el Hijo los saca. ¿Y qué hacen? Se van, abren una tienda aparte y le ponen el mismo nombre: “Israel”. Pero ya no están con el Hijo.
La tienda verdadera no cambió de nombre, ni de dueño. Lo único que cambió fue que ahora está gobernada por el Hijo.
¿Quién es el verdadero Israel?
¿Los que se quedaron con el Hijo, o los que se fueron a hacer su propia tienda con el mismo rótulo?
Obviamente, los que están con el Hijo.
Así de simple.
Como dijo Pablo:
> “No todos los que descienden de Israel son israelitas” (Romanos 9:6).
“Sino que es judío el que lo es en lo interior” (Romanos 2:29).
Y como también escribió:
> “No hay judío ni griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:28-29).
Así que no, no hay dos pueblos.
No hay dos historias.
No hay dos planes.
Hay un solo pueblo, un solo Mesías, una sola iglesia.
La del Hijo. La que comenzó desde la eternidad en el decreto del Padre, se manifestó en el Antiguo Testamento por las promesas, y se cumple plenamente en Cristo.
Y fuera de Él, por más que te llames “Israel”… no lo eres.

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