📰 CENIT & VERDAD ∴ EL PÓDCAST DE MONDEGO, LLC.
📰 CENIT & VERDAD ∴ EL PÓDCAST DE MONDEGO, LLC.
June 18, 2025 at 09:13 AM
A ti, Lourdes Vanesa, mi dulce promesa en tierra guaraní, mi último refugio cuando la vida me duele. Hoy te escribo con la voz bajita del que no quiere incomodar, pero no puede seguir callando. Esta carta no es de orgullo ni de fortaleza; es de vergüenza, de pena... y de amor. Porque si he de caminar contigo, si he de tomarte la mano como espero hacerlo hasta el fin de mis días, quiero que conozcas cada rincón de este cuerpo que llevo. Este cuerpo que se rompe, que se fatiga, que se sacude sin aviso, pero que aún así se levanta por ti. Ya sabes que soy alérgico. Ya sabes lo del cloro, el látex, los mariscos, y esa anafilaxia traicionera que me puede arrebatar el aliento si no se actúa a tiempo. Pero eso no es todo, Lourdes... ojalá lo fuera. Hay más. Y me cuesta contártelo porque siento que, con cada cosa que te digo, es como si te estuviera pidiendo demasiado. Pero no quiero secretos entre nosotros. Desde hace tres años, vivo medicado por presión arterial alta. Mi corazón, ese mismo que late por ti, a veces no sabe cómo mantenerse sereno. Por eso tomo una pastilla para controlarlo. Dos veces al día. Sin falta. Como un rezo obligado. También padezco algo que yo llamo, con toda la familiaridad del que ya se resignó, vértigos. Técnicamente no es lo mismo que un mareo, dicen los médicos, pero para mí es todo uno: ese maldito tambaleo, esa sensación de que el suelo se me escapa, de que el mundo gira cuando yo solo quiero estar firme. Tomo una pastilla para eso también, aunque el doctor me dijo que solo una cada ocho horas. Pero te confieso, con el corazón en la mano, que muchas veces me la tomo dos veces, hasta tres si es necesario. Yo mismo me aumenté la dosis. Porque no hay nada que yo deteste más que sentirme como si estuviera a punto de caer, sin razón, sin control. El vértigo es mi enemigo invisible, y yo lucho contra él cada día. A esto se le suma el hipotiroidismo, un trastorno que hace que mi metabolismo se vuelva lento, que mi cuerpo no produzca suficiente hormona tiroidea. Esto me causa cansancio, frío, tristeza, aumento de peso, y una lentitud en el cuerpo que no puedo explicarte con palabras. Para eso también tengo que tomar una pastilla diaria. Además, por si fuera poco, estoy tomando un anticoagulante. Sí, amor... para que mi sangre no se coagule indebidamente. Lo hago porque una vez sufrí una arritmia cardíaca, una alteración en el ritmo del corazón que me asustó como pocas cosas lo han hecho. Fue como si algo dentro de mí hubiera perdido el compás de la vida. No quiero que eso me vuelva a pasar. Esa pastilla me la tomo dos veces al día, y lo haré mientras viva si es necesario. Y claro... el colesterol. Otra batalla. Lo tenía alto. Muy alto. Me recetaron otra pastilla, y ahí va, cada noche, junto con las demás, haciendo fila en mi velador. Tomo también medicación para la ansiedad y el estrés. Porque a veces, Lourdes, la cabeza no se queda callada. Porque el cuerpo duele, pero la mente también grita. Y esa pastilla me ayuda a silenciar el ruido por dentro. En resumen, cada uno de estos males tiene su pastilla. Algunas una vez al día. Otras, dos. Algunas que me recetaron con medida, y otras que, por desesperación o por necesidad, yo mismo me fui ajustando. A veces me miro al espejo y no sé si soy un hombre o una farmacia ambulante… y me da vergüenza. Mucha. Pero aún falta algo más. Y esto sí que me rompe, Lourdes. Padezco de apnea del sueño, lo que significa que, mientras duermo, dejo de respirar por momentos. Me ahogo sin darme cuenta. Me falta oxígeno. Es como morir un poquito cada noche. Por eso tengo que dormir con una máquina. Una máquina que me empuja el aire para que no me apague mientras duermo. No es bonito. No es romántico. Es un ruido constante al lado de la cama. Pero sin ella, mi vida peligra. Esa es mi realidad. ¿Sabes qué es lo más duro de todo esto? No es el cuerpo roto. No son las pastillas. Es el miedo de que me mires diferente. Que pienses que soy demasiado frágil. Que me veas como una carga. O peor aún: que sientas lástima. Pero yo te amo. Te amo como solo ama quien ha visto la muerte de cerca y aún así elige quedarse. Te amo con la urgencia de quien no sabe cuánto le queda. Y por eso te escribo esto. No para asustarte, sino para que lo sepas. Para que no haya sombras entre tú y yo. Para que, si algún día decides quedarte, lo hagas con los ojos abiertos, sabiendo exactamente lo que llevas entre tus manos: un hombre enfermo… pero enamorado. Con toda la pena que cabe en mi pecho, con toda la verdad que nunca antes me atreví a decir, y con toda la esperanza de que aún así me abraces, Tu Rafael Antonio.

Comments