Spanish Revolution
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June 15, 2025 at 03:24 PM
*#opinión | ¿Es José Luis Ábalos la peor persona de España?* 👉 Cómo convertir la ignominia en estrategia política Hay figuras que no desatan la indignación, sino algo más grave: el reconocimiento. No porque el ciudadano medio se identifique con sus actos, sino porque intuye —casi de forma instintiva— que lo que esa figura encarna no es una anomalía, sino una regla no escrita. José Luis Ábalos no es el peor por lo que ha hecho, sino por lo que encarna: una forma de ejercer el poder en España que combina mediocridad, impunidad y vulgaridad moral con una eficacia desarmante. Su caso —si aún puede hablarse en singular— es paradigmático. No solo por la trama de mordidas, favores y contratos a dedo que se construyó bajo su paraguas, sino por la relación casi por no gráfica que mantenía con el poder: un poder ejercido no como responsabilidad pública, sino como licencia para usufructuar el Estado, disponer de cuerpos y capitales, y moverse con total naturalidad entre el tráfico de influencias y la cosificación humana. ÁBALOS Y EL RÉGIMEN DE LA COTIDIANIDAD CORRUPTA Era un perfecto hombre de partido en el sentido más literal y degradado: funcional, leal, opaco y prescindible. El contenido de las grabaciones entre Ábalos y su entonces asesor Koldo García no escandaliza por su violencia, sino por su cotidianidad. Hablan de contratos y mujeres, de licitaciones y de Ariatnas, de adjudicaciones públicas y de “algún sitio discreto”, todo en el mismo tono, sin pausa ni rubor, como si ambas esferas fueran parte de una misma gramática de lo político: la del usufructo privado del poder público. La conversación, recogida por la Guardia Civil y difundida por diversos medios, forma parte de un sumario que no solo apunta a corrupción administrativa, sino a una antropología del poder patrimonialista: el Estado como botín, la influencia como moneda, las mujeres como catálogo. Nada de esto sucede en un vacío. Ábalos fue ministro de Fomento. Mano derecha de Pedro Sánchez. Uno de los engranajes fundamentales del PSOE de la posverdad. Y su ascenso no se explica por su brillantez —que nunca existió—, sino por su docilidad estratégica y su utilidad operativa. Era un perfecto hombre de partido en el sentido más literal y degradado: funcional, leal, opaco y prescindible. UNA BIOPOLÍTICA DEL DESPRECIO España es un país que tolera más fácilmente la corrupción que la vergüenza, y que reserva el escarnio solo para quienes pierden el favor del poder, no para quienes lo prostituyen. Lo que emerge aquí no es sólo un caso de corrupción. Es una arquitectura del desprecio. Desprecio a lo público, desprecio a la ciudadanía, desprecio a las mujeres, desprecio a la verdad. Una forma de biopolítica grosera y explícita, donde los cuerpos no importan salvo por su utilidad. Donde las personas se clasifican, se organizan, se reparten, como si fueran enseres de una fiesta sin fin financiada con fondos públicos. Lo trágico no es que Ábalos hable así. Lo trágico es que pueda hacerlo sabiendo que, con toda probabilidad, no ocurrirá nada. No habrá expulsión del partido. No habrá inhabilitación. No habrá una condena colectiva. Tal vez, con suerte, el olvido. España es un país que tolera más fácilmente la corrupción que la vergüenza, y que reserva el escarnio solo para quienes pierden el favor del poder, no para quienes lo prostituyen. ¿Es Ábalos la peor persona de España? Probablemente no. Pero representa con una precisión inquietante el reverso del poder democrático: ese que se ejerce sin control, sin ideología y sin conciencia. Y esa representación es, quizá, más peligrosa que cualquier delito tipificado. Porque normaliza lo inaceptable. Lo vuelve hábito. Cultura. Escuela. Y en esa escuela del poder sin alma, Ábalos no es alumno. Es maestro titular.
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