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5/24/2025, 6:24:12 AM

Mírala bien. No es una imagen de una película. No es un montaje. Es Gaza. Es una niña mostrando quién era antes del asedio, antes del hambre impuesto por el ejército que se autoproclama “el más moral del mundo”. La están matando de hambre. A ella y a miles más. Con bombas, con bloqueos, con silencio internacional. El genocidio tiene muchas formas. Esta es una de las más cobardes. Y mientras tanto, Europa comercia. Y algunos aplauden ¿Hasta cuándo vamos a mirar hacia otro lado?

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5/23/2025, 10:28:53 AM

APAGÓN ALIMENTARIO: ¿Y SI MAÑANA NO HAY NADA QUE COMER? No estamos preparados. Ni tú, ni yo, ni ningún gobierno. El sistema que nos alimenta es frágil, dependiente del petróleo, las multinacionales y un clima que ya no responde. ¿Te suena exagerado? Recuerda el canal de Suez, la pandemia, el apagón… Un fallo más, y la cadena se rompe. Y entonces ya no hablamos de precios altos. Hablamos de hambre. 🌱 La solución existe: producción local, agroecología, soberanía alimentaria. Porque no es una moda, es cuestión de supervivencia. Video basado en un texto de David González, experto en #Agroecología y #EconomíaSocialSolidaria para la transformación ecosocial. https://youtu.be/p8fTcE5QKKE

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5/25/2025, 5:00:39 PM

7.291 RAZONES PARA NO CALLAR - Madrid grita por las 7.291 muertes y contra el saqueo de su sanidad pública - Ayuso no firmó cada certificado de defunción, pero firmó cada recorte. En Madrid ya no se manifiestan solo por la sanidad. Se manifiestan por las y los que ya no pueden hacerlo. 7.291 mayores fallecidos en residencias sin atención médica durante la primera ola de covid-19. Sin hospital, sin traslado, sin derecho a una segunda oportunidad. Fueron descartados por protocolo. La palabra suena aséptica. La realidad fue un crimen. Este 25 de mayo, las calles han vuelto a llenarse de vida para recordar a quienes el Gobierno autonómico dejó morir. Cuatro columnas, una cruz humana que atravesó el centro de la capital con una demanda tan básica como urgente: dejar de jugar con la salud como si fuera un bien de lujo. En la Plaza de Cibeles, con un minuto de silencio y una verdad atronadora, decenas de miles de personas han dicho basta. Basta de privatización. Basta de abandono. Basta de que el Grupo Quirón tenga más poder que los centros de salud. Y no es una metáfora. Manuela Bergerot, de Más Madrid, lo dijo con claridad: el dinero que debería ir a la atención primaria se está desviando hacia la sanidad privada. No es casualidad. Es doctrina. LA SANIDAD COMO BOTÍN, EL SILENCIO COMO CÓMPLICE La Comunidad de Madrid lleva años convirtiendo un derecho universal en una mercancía. No es desidia. Es negocio. Y el resultado se mide en listas de espera, turnos sin médicos, urgencias cerradas y pediatras ausentes. En municipios como Rivas, con más de 100.000 habitantes, no hay hospital. Y cuando hay una emergencia, no hay médico. Esa es la sanidad “de excelencia” que vende Ayuso. Pero esta vez la ciudadanía no se ha resignado. Más de cien colectivos han recuperado la energía de la Marea Blanca. Con batucadas, pancartas y muñecos que caricaturizan el cinismo institucional, han tejido una protesta que no es solo una marcha, es una autopsia. Y el diagnóstico es claro: el modelo neoliberal mata. Lo dijo Amnistía Internacional. Lo dicen las familias de las víctimas. Lo dice cada profesional que se desangra en un sistema que ya no cuida, que exprime. Y ahora también lo dicen los tribunales: dos ex altos cargos de la Comunidad de Madrid están imputados por los protocolos de la vergüenza. ¿Y qué hace Ayuso? Negarlo. Manipular. Desviar. Decir que se iban a morir igual. Blanquear la negligencia como si fuera una decisión técnica. No lo era. Era una política de muerte envuelta en papel institucional. Pero esta primavera, el silencio ha vuelto a romperse. Como en 2020. Como en 2022. Como cada vez que alguien se niega a olvidar. Porque Madrid no se rinde. Porque cuando te roban la salud y te insultan la memoria, solo queda la calle.

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5/24/2025, 2:44:22 PM

*Cómo se tumba a la ultraderecha en las urnas: lecciones finlandesas para una Europa al borde del colapso democrático* Cuando gobiernan, se caen. Lo que no sabemos es cuánta gente debe sufrir antes de que eso ocurra. CUANDO EL RACISMO NO DA DE COMER La caída de la extrema derecha en Finlandia no es un milagro. Es la consecuencia inevitable de aplicar el dogma neoliberal con botas militares. El Partido de los Finlandeses ha demostrado, desde dentro del Gobierno, que no defiende al pueblo. Lo devora. Subieron con la careta de defensores de la clase trabajadora. Y, como siempre, gobernaron para los ricos. Tras su entrada en el Ejecutivo en 2023 junto al derechista Petteri Orpo, iniciaron una política de austeridad salvaje: recortes brutales en sanidad, vivienda, ayudas sociales. Rebajas fiscales para los ricos. Thatcherismo nórdico. ¿Resultado? Más de 100.000 personas nuevas en situación de pobreza, como ha denunciado el Instituto Finlandés de Salud y Bienestar. Estudiantes que no pueden pagar su comida. Un sinhogarismo que crece por primera vez en una década, según Amnistía Internacional. Finlandia, el país más feliz del mundo según algunos rankings, ha vivido una regresión social inédita bajo una derecha que ni se disimula. Y la ultraderecha, por fin, ha dejado de ser percibida como una opción ‘antisistema’ o ‘nacionalpopular’. Ahora es el sistema. El que recorta, el que desahucia, el que margina. En las elecciones municipales y regionales del 13 de abril de 2025, la ultraderecha se dejó un 7% de los votos. Su ministra de Economía, Riikka Purra, ha sido la cara visible de un naufragio disfrazado de cruzada ideológica. Han demostrado que su racismo no se come, su xenofobia no paga el alquiler, su nacionalismo no te cura cuando enfermas. CUANDO LA IZQUIERDA NO PIDE PERMISO La izquierda finlandesa, liderada por figuras como Sanna Marin (SDP) y Li Andersson (Alianza de Izquierdas), ha ganado precisamente porque no se ha achicado ante la ofensiva ultra, ni ha buscado términos medios con el horror. Han confrontado, han resistido y han construido alternativas creíbles. El SDP logró su mejor resultado en 20 años. La Alianza de Izquierdas superó a la ultraderecha y a los verdes. ¿Por qué? Porque no hablaron de gestionar mejor los recortes, sino de revertirlos. Porque no trataron de parecerse a sus adversarios, sino de desenmascararlos. Porque supieron que la democracia no se defiende con tibieza, sino con políticas valientes y materialmente transformadoras. La eurodiputada Li Andersson lo resumió en Jacobin: “La gente ha sentido el impacto de sus políticas. Y es simplemente thatcherismo aderezado de racismo”. Sin paños calientes. Sin socioliberalismo que todo lo relativiza. No hay atajos mágicos para derrotar a la ultraderecha. Hay que dejar que gobierne, que haga daño... o impedirlo antes. Pero cuando gobierna, su careta cae. Eso sí, el precio siempre lo paga la gente humilde. En Finlandia, la movilización ha sido clave. Protestas masivas contra los recortes, campañas constantes de denuncia, organizaciones civiles que no han permitido que el autoritarismo se normalice. La presión popular ha hecho lo que no hacen los despachos: deslegitimar el fascismo cotidiano. Mientras tanto, el Gobierno finlandés sigue endureciendo su legislación migratoria. Amnistía ha denunciado que sus políticas en la frontera con Rusia violan el derecho internacional. Nada nuevo: la ultraderecha no solo recorta derechos sociales. También los derechos humanos. Los mismos que decían proteger “la identidad nacional”, ahora condenan a miles al hambre y la exclusión. Finlandia ya no es el cuento progresista que nos vendieron. Es un laboratorio neoliberal con retórica reaccionaria. Pero también, desde abril, es el principio de un contraataque. Si se mantiene la organización y la coherencia política, puede ser el primer país europeo en dejar atrás la pesadilla ultra con urnas, no con eslóganes. Y por eso es una lección. Una advertencia. Y una promesa. Si la izquierda se atreve a ser izquierda, la ultraderecha no gana. Pierde.

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5/20/2025, 7:19:28 PM

TELEVOTO COMPRADO A UN GENOCIDA 📲 Marina Lobo se harta del blanqueo a Israel en Eurovisión. Marina Lobo, que fue eurofan hasta que Eurovisión se convirtió en escaparate de propaganda genocida, lo deja claro: si Israel quiere usar el festival como blanqueador de crímenes, lo mínimo sería que RTVE se plantase y que nuestra artista sacase una bandera de Palestina. Pero no. Melody no levantó ni la ceja. Mientras tanto, Israel recibía 12 puntos del televoto español en plena masacre, con bombardeos en Gaza cayendo al mismo tiempo que su candidata cantaba sobre "nuevos días". Lo que viene siendo arte, pero made in Ministerio de Defensa. La UER se hace la sueca, las embajadas israelíes reparten tarjetas SIM para reventar el televoto, y la derecha patria —Feijóo, Almeida y Ayuso— defiende con la mano en el pecho a un Estado que bloquea la entrada de comida y deja a 14.000 niños al borde de la muerte por hambre. Pero lo que les da vergüenza es que TVE informe. No que un genocida gane votos, sino que alguien lo diga. Pues eso, como dice Marina: que no te engañen con luces y fuegos artificiales, esto no va de canciones. Va de cómplices. En HECD (Hasta el coño de), desde Spanish Revolution ✊🏽 https://youtu.be/_7ylr9NaGKA

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5/25/2025, 8:18:08 AM

#ArtículoCompleto | El New York Times lo destapa: Israel manipuló Eurovisión con votos masivos Mientras bombardeaba Gaza, el Gobierno de Netanyahu desplegó una campaña oficial para ganar el televoto (Síguenos en Telegram para no perderte nada: T.me/srevolution) EUROVISIÓN COMO INSTRUMENTO DE GUERRA SIMBÓLICA El New York Times lo ha confirmado: el Gobierno de Israel orquestó una campaña estatal para alterar el resultado del televoto de Eurovisión. Mientras su ejército lanzaba ataques sobre Gaza y los cadáveres se acumulaban bajo los escombros, Benjamín Netanyahu pedía votos a través de Instagram, TikTok y YouTube. “Vota 20 veces”, instaba sin pudor. Como quien pide palomitas para ver el espectáculo de una demolición programada. En Tel Aviv no se respiraba música: se gestionaba propaganda. La final de Eurovisión 2025 fue un ensayo de guerra cultural, una ofensiva de marketing con el rostro pintado y luces de neón. El primer ministro, su agencia estatal de publicidad y una red internacional de organizaciones proisraelíes desplegaron recursos para que la cantante Yuval Raphael se impusiera. Campañas de e-mails masivos, anuncios en redes, movilización de la diáspora, presión emocional con su historia personal... Y todo ello en nombre del “poder blando”. Blando como un misil que explota en una escuela. No es nuevo que los países aprovechen Eurovisión para mejorar su imagen, pero nunca antes se había visto una campaña estatal tan estructurada y agresiva, como reconoció Dean Vuletic, autor de Postwar Europe and the Eurovision Song Contest. Mientras artistas y gobiernos de media Europa pedían excluir a Israel del concurso por crímenes de guerra, su maquinaria propagandística exigía que votaras veinte veces por una canción cuyo estribillo era una burla: New Day Will Rise. ¿Nuevo día? ¿Para quién? UN VOTO POPULAR SECUESTRADO POR EL ESTADO Lo que se vivió este año fue una operación de blanqueo político a través del entretenimiento, diseñada desde los despachos de Tel Aviv. La cuenta oficial del Gobierno de Israel publicó diez llamamientos a votar. La agencia pública pagó anuncios en YouTube. Organizaciones como “With Israel for Peace” movilizaron a miles de simpatizantes con instrucciones precisas: “20 votos por cada plataforma disponible”. El resultado: Israel ganó el televoto del público, aunque perdió en la suma final por la votación profesional. Austria, que no había instrumentalizado la muerte ni comprado apoyo, ganó por los pelos. Pero la señal estaba enviada: Israel sigue intentando colarse en las casas europeas, no con bombas, sino con baladas. No con argumentos, sino con sentimentalismo manipulado. Y mientras todo esto ocurría, en Gaza morían niñas y niños enterrados vivos. Una guerra real, con víctimas reales, con hambre real, con hospitales atacados y periodistas asesinadas, se tapaba con fuegos artificiales. Netanyahu no solo ordena crímenes de guerra: también exige que aplaudamos mientras lo hace. Es el mismo cinismo con el que sonríe en la ONU mientras niega que la ONU le acuse de genocidio. Las emisoras públicas de Países Bajos, Noruega, Bélgica y Finlandia ya han exigido una revisión del sistema de votación de Eurovisión. No se trata de proteger la “pureza del espectáculo”, como diría un ejecutivo cobarde: se trata de no convertirlo en cómplice involuntario de un régimen genocida. Porque cuando un Estado en guerra lanza una campaña internacional para manipular el resultado de un concurso de música, lo que está en juego no es un trofeo. Es el relato. Y el relato lo están ganando a golpe de click, de voto múltiple y de víctimas convertidas en mártires mediáticos. EL TELÓN NO TAPA LA MASACRE Que Netanyahu interviniera personalmente en Eurovisión mientras se negociaba un alto el fuego no es un detalle pintoresco. Es un síntoma del modelo de poder que representa: uno donde la estética es más importante que la ética, donde la imagen lo es todo y la realidad no importa. Un mundo donde los tanques se camuflan con cortinas de purpurina, y los crímenes se blanquean con coreografías. La oficina del primer ministro israelí no ha respondido al New York Times. ¿Qué van a decir? ¿Que el concurso estaba amañado? ¿Que era una misión diplomática? ¿Que había que salvar la marca Israel aunque fuese con los votos de una legión de perfiles creados para votar veinte veces? Israel no ganó Eurovisión. Pero consiguió que millones de personas pensaran en otra cosa mientras caían bombas sobre Gaza. Y eso, para ellos, ya es una victoria. El festival del que Europa debería avergonzarse sigue permitiendo que un Estado en guerra lo utilice como escudo narrativo. No es una balada, es una bala envuelta en música pop. Y sigue silbando en la cabeza de quienes aún no se atreven a decir basta.

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5/28/2025, 7:25:36 AM
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5/26/2025, 5:57:01 AM

*Opinión | YAQEEN NO TENÍA UN TANQUE* Yaqeen Hammad no tenía un tanque. No tenía un dron. No tenía escolta ni refugio antiaéreo. Tenía once años, una sudadera, una sonrisa y un horno de barro con el que enseñó al mundo a resistir con pan. Repartía juguetes donde no hay infancia, grababa vídeos donde no hay cobertura, y cuidaba a su gente donde no queda casi nadie en pie. Israel la ha asesinado. Una niña. Una activista. Una esperanza. No fue un “daño colateral”. Fue un mensaje. A la infancia palestina: “No crecerás.” A quienes documentan el genocidio: “No hablarás.” A quienes reparten vida: “No sobrevivirás.” Yaqeen no era una amenaza militar. Era una amenaza narrativa. Mostraba la Gaza que no sale en los telediarios: la que se ríe entre ruinas, la que improvisa ternura, la que cocina pan mientras los misiles llueven. Su crimen fue tener más humanidad que todo un ministerio de defensa. Mientras Ursula von der Leyen se hace fotos con Netanyahu y Emmanuel Macron pide "proporcionalidad", las cifras ya no caben en los titulares: +53.822 palestinos asesinados desde el 7 de octubre. +16.500 eran niños. Y tú, que me lees, ya no puedes decir que no lo sabías. Yaqeen era una Ana Frank palestina con conexión a internet. Pero ni eso la salvó. Porque esta vez no hay sótano. No hay frontera. No hay salvación. Ahora todos miran a la Corte Penal Internacional. Pero lo que necesita Gaza no es sólo justicia, sino algo más básico y más urgente: que dejen de matarlos. Que no haya otra Yaqeen. Que no haya otra niña convertida en mártir por contar su vida. A ti, que compartes indignación pero no acción, que lloras con una historia pero callas ante el sistema que la provocó, te lo decimos claro: la indiferencia también mata. Mata cada vez que relativizas, que justificas, que cambias de canal. Mata cuando prefieres la comodidad de no saber, a la responsabilidad de actuar. Yaqeen no será olvidada. Pero si no hacemos nada, tampoco será la última.

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5/23/2025, 8:31:40 AM

🔴 ÚLTIMA HORA | Imputados altos cargos del Gobierno de Ayuso por las muertes en residencias durante la pandemia Ayuso se lava las manos: la justicia imputa a sus cargos, pero a ella ni la rozan 7.291 personas mayores murieron sin hospitalización en Madrid. Cinco años después, los responsables de los protocolos se sientan ante un juez. Ayuso, ni está ni se la espera. LA IMPUNIDAD POLÍTICA TIENE NOMBRE Y APELLIDOS Cinco años. Ese ha sido el tiempo que han necesitado los tribunales para admitir lo evidente: que alguien debía responder por los 7.291 ancianas y ancianos que murieron abandonados en residencias de Madrid sin ser derivados a un hospital. Cinco años de dolor, de informes, de puertas cerradas y carpetas archivadas. Ahora, cuando los focos ya alumbran otros escándalos, la justicia decide imputar a dos ex altos cargos del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. Pero como siempre ocurre en este país cuando se trata de los de arriba, la presidenta se queda fuera del encuadre. Ni imputada, ni salpicada, ni preguntada. Intocable. El próximo 26 de mayo están citados a declarar Carlos Mur y Francisco Javier Martínez Peromingo, responsables en 2020 de la coordinación sociosanitaria en la Comunidad de Madrid. Son quienes redactaron y firmaron los llamados protocolos de exclusión sanitaria, conocidos ya como el Protocolo de la vergüenza. Aquellos documentos, elaborados entre el 18 y el 25 de marzo de 2020, establecían criterios para denegar el traslado de residentes a hospitales. Bastaba un grado moderado de dependencia o deterioro cognitivo. No importaba el nombre, la historia, ni el dolor de quien llamaba a una puerta que no se abriría. La querella fue impulsada en octubre de 2024 por 109 familiares de víctimas, agrupadas en plataformas como Marea de Residencias y 7291: Verdad y Justicia, y finalmente respaldada por la Fiscalía Provincial de Madrid. El juzgado que archivó el caso hace tres años ha tenido que reabrirlo tras la presión ciudadana y mediática. La acusación es clara: denegación discriminatoria de asistencia sanitaria. Un delito recogido en el artículo 511 del Código Penal. Pero, de nuevo, la figura política que dirigía el Gobierno y aprobaba cada medida sigue fuera de la ecuación. UN SISTEMA DISEÑADO PARA QUE NUNCA PAGUEN Mientras miles morían sin atención, Ayuso afirmaba que “no había recursos para todos” y que “hubo que priorizar”, como si esas decisiones no tuvieran autores. Como si los papeles no los firmara nadie. Como si una presidenta autonómica pudiera desaparecer cuando más se la necesita y volver cuando tocan las campañas electorales. Lo dijo sin rubor en múltiples comparecencias, como la del 1 de junio de 2020, cuando justificó en la Asamblea de Madrid que no se trasladase a ciertas personas a hospitales "porque no podían sobrevivir" (RTVE). Hoy sabemos que hubo cuatro versiones del protocolo en apenas siete días. Que las instrucciones cambiaban, pero nunca en favor de la vida. Que los directores y directoras de las residencias eran presionados para aplicar estos filtros. Que no se trató de un error improvisado, sino de una política deliberada y firmada. Un mecanismo burocrático que elegía quién podía vivir y quién debía morir. Y sin embargo, la presidenta sigue con su carrera intacta. Repartiendo culpas a subordinados. Haciendo política con el cadáver aún caliente de la memoria colectiva. En cualquier democracia que se respete, Ayuso estaría imputada, dimitida o, al menos, asumiendo responsabilidades políticas. En España, da mítines. Todo esto sucede mientras los familiares siguen sin justicia, sin reparación y sin verdad oficial. Se les negó el duelo, se les negó la verdad, se les niega ahora la justicia completa. Mientras tanto, quienes firmaron aquellas órdenes aparecen en fotos sonrientes junto a Ayuso, como Carlos Mur en 2019 en el Hospital de Fuenlabrada, cuando aún creían que todo saldría impune. La pregunta no es si estos cargos serán condenados. Es por qué Isabel Díaz Ayuso nunca responde por nada.

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5/20/2025, 9:37:35 AM

Andrés Calamaro defendió la tauromaquia en un país donde ya está prohibida. Le abuchearon. Se fue gritando: “Estáis cancelados”. Pero la respuesta ya se la dio Ricky Gervais hace años: 👉 “Si torturas por diversión, ojalá gane el toro.” https://youtu.be/a3IqEhqk9hQ?si=H_7V_vCO_jrTp49u

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