
Proyecto CONSCIENCIA COLECTIVA AMBIENTAL-SOBERANIA ALIMENTARIA
June 9, 2025 at 01:51 PM
PATRIARCALISMO, MACHISMO Y MASCULINIDADES EN RESISTENCIA: ENTRE LA DOMINACIÓN Y LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA HUMANIDAD
El patriarcalismo no es una sombra del pasado ni una estructura agónica que se disuelve con el progreso: es una fuerza activa, una arquitectura de dominación profundamente anclada en las raíces de nuestras instituciones, nuestras economías y nuestras representaciones culturales. Su expresión más brutal y cotidiana es el machismo, esa ideología encarnada en prácticas, gestos, discursos y normas que someten, silencian, estigmatizan y cosifican, no solo a las mujeres, sino a todo aquello que se aleje del patrón hegemónico de dominación.
Desde el hogar hasta los altos mandos del poder político, el patriarcado configura relaciones jerárquicas y de propiedad sobre las cosas, los cuerpos, sobre las decisiones, sobre los afectos. Se expresa en la desigualdad salarial, en el reparto inequitativo del trabajo laboral y, doméstico y de cuidado, en la sobre-representación de los hombres en el poder político y empresarial, y en la violencia física y simbólica ejercida contra mujeres, personas trans, homosexuales y también contra aquellos hombres que no se ajustan a los moldes viriles establecidos.
Patriarcalismo y machismo como dispositivos de control estructural
El patriarcalismo no es solo una herencia ideológica: es un sistema funcional al orden económico capitalista. La economía, estructurada sobre la explotación del trabajo y la acumulación de riqueza, ha hecho del cuerpo femenino un recurso múltiple: fuerza de trabajo precarizada, sujeto del cuidado no remunerado, y objeto de consumo sexual y estético. En este sistema, el machismo opera como ideología reproductora de dicha estructura: valida la desigualdad, legitima la supremacía del varón y consolida la naturalización de los roles de género. Pero el machismo no solo oprime a las mujeres, también somete, explota y oprime a los hombres porque encarna el modelo de dominación capitalista y sus correspondientes formas de explotación y opresión de las formas de alienación del trabajo.
En la política, el patriarcado se manifiesta en la exclusión sistemática de las mujeres de los espacios de poder, en la subrepresentación legislativa, en la resistencia institucional a políticas de equidad, y en la criminalización de los cuerpos y las decisiones femeninas –como ocurre con los debates sobre aborto y salud sexual y reproductiva.
En el plano social y cultural, los imaginarios machistas persisten a través de los medios, la publicidad, la religión y la educación. La cultura popular reproduce la figura del “macho exitoso” como aquel que posee mujeres, dinero y poder, mientras ridiculiza o margina otras formas de ser hombre, otras expresiones de género y sexualidad, y otros proyectos de vida no centrados en la dominación.
Feminismos emancipadores y sus tensiones internas
Las luchas de las mujeres han sido y siguen siendo fundamentales en la conquista de derechos y en la crítica estructural a las opresiones de género. Gracias al feminismo, se han derrumbado mitos, conquistado espacios, modificado leyes y transformado subjetividades. El feminismo, en su esencia más profunda, no es un proyecto de revancha ni de inversión de jerarquías, sino una lucha por la emancipación y la dignidad humana. Es una propuesta de justicia radical que trasciende el género para cuestionar toda forma de desigualdad y dominación. Solo el feminismo recalcitrante, fundamentalista y autoritario que se ve reflejado en el espejo del machismo piensa que la lucha es contra los hombres y que es una guerra de odios.
Sin embargo, como todo movimiento histórico, el feminismo ha experimentado fracturas, desviaciones y apropiaciones. En los últimos años, ciertas corrientes han desarrollado una actitud punitivista, esencialista y excluyente que reemplaza el análisis estructural por la condena individual, y que ha derivado en prácticas inquisitoriales hacia los hombres, la heterosexualidad e incluso hacia las propias mujeres que no se adhieren a sus códigos ideológicos. Estas expresiones, alimentadas por redes sociales, discursos de corrección política extrema y ciertas formas de victimismo performativo, distorsionan los objetivos del feminismo emancipador y lo convierten en una herramienta de censura, exclusión y división social.
No puede haber justicia sin escucha, sin diálogo, sin matices. No puede haber transformación si sustituimos una forma de opresión por otra. La cancelación, la sospecha sistemática sobre los hombres por su género, y la deslegitimación de la heterosexualidad como opción válida de vida, no son avances: son retrocesos.
Las masculinidades en resistencia: un proyecto ético y político
Frente a la hegemonía del machismo y a las caricaturas de lo masculino que lo refuerzan o lo demonizan, emergen formas de ser hombre que cuestionan el mandato de la fuerza, del silencio emocional, de la competencia voraz y de la negación del cuidado. Estas formas son las masculinidades en resistencia: hombres que, desde el dolor, la conciencia y el deseo de justicia, se rebelan contra el patriarcalismo y el feminismo radical, autoritario y fundamentalistas que también los mutila, que los obliga a reprimir sus emociones, a vivir en permanente tensión, a desconectarse de lo afectivo y a cargar con el peso de una virilidad tóxica
Estas masculinidades no buscan “renunciar a ser hombres”, sino redefinir profundamente lo que eso significa. Son hombres que crían, que cuidan, que lloran, que escuchan, que denuncian el machismo y el feminismo fundamentalista y autoritario, que construyen relaciones de respeto y equidad con las mujeres y con otras masculinidades. No temen a la ternura, al deseo, ni a la vulnerabilidad, ni al diálogo. No necesitan imponerse, ni competir por el poder simbólico que otorga la violencia.
Esta resistencia masculina es política porque disputa los sentidos que el sistema ha naturalizado; es ética porque exige responsabilidad sobre el privilegio; y es pedagógica porque enseña con el ejemplo que otra forma de ser hombre es posible y deseable.
El reto de una nueva convivencia: diálogo, respeto y justicia
La construcción de una sociedad más justa, incluyente y equitativa pasa por desmontar toda forma de violencia y exclusión, venga de donde venga. La dominación masculina es inaceptable, pero también lo es cualquier forma de odio, desprecio o exclusión por razones de sexo, género u orientación sexual. El respeto debe ser recíproco, profundo, no condicionado por ideologías ni coyunturas.
No se trata de crear una guerra de géneros, ni de levantar muros entre opciones sexuales o identidades políticas. Se trata de levantar puentes: puentes para el diálogo, la empatía, la reparación y la transformación conjunta. La violencia de género no se combate con más violencia simbólica; se desarma con cultura, con escucha, con política del cuidado, con igualdad de condiciones y reconocimiento mutuo.
El feminismo que necesitamos es aquel que incluye, que emancipa, que transforma. La masculinidad que urge es aquella que renuncia al poder como dominación y lo convierte en servicio. La sociedad por la que vale la pena luchar es aquella que no excluye a nadie por ser quien es, que no castiga la diferencia, que no teme a la diversidad.
Hacia una ética de la dignidad humana
El patriarcalismo y el machismo, así como el feminismo fundamentalista y autoritario deben ser desmontados no solo por el daño que hacen a las mujeres, sino por el daño que hacen a la humanidad entera. No hay libertad posible en un mundo donde un género es subordinado al otro, ni hay justicia en un mundo donde el castigo reemplaza al diálogo.
Las masculinidades en resistencia, así como los feminismos comprometidos con la equidad, son faros en medio del naufragio moral que vivimos. Nos invitan a repensar lo humano más allá del binarismo de poder, y a construir juntos –mujeres, hombres y disidencias sexuales– un horizonte común de respeto, dignidad y convivencia pacífica
Reivindicar el derecho al deseo y a ser hombre heterosexual implica reconocer que la diversidad sexual y de género debe sostenerse sobre la base del respeto mutuo y no sobre la exclusión de identidades que, aunque mayoritarias en términos estadísticos, también han sido objeto de estigmatización en ciertos discursos contemporáneos. Ser hombre heterosexual no debe ser una categoría sometida a sospecha permanente ni a culpabilización generalizada. El deseo heterosexual, en tanto forma legítima de expresión afectiva y erótica, no debe ser condenado ni vigilado, sino entendido como parte del amplio espectro de la condición humana. El respeto a la diversidad empieza por reconocer que nadie debe ser obligado a renunciar a su identidad para ser aceptado, incluido aquel que se asume desde una masculinidad tradicional, no violenta y respetuosa.
Este derecho al deseo y a la identidad heterosexual también conlleva la posibilidad de construir masculinidades libres del mandato de dominación, abiertas a la ternura, a la equidad y a la solidaridad con otras luchas. Ser hombre no puede ser un estigma ni una categoría a deconstruir por defecto; debe ser, en cambio, una posibilidad digna de asumirse con responsabilidad y con libertad. Así como es inadmisible reprimir u hostigar a una persona por su orientación diversa, lo es también imponer un silencio o una vergüenza sobre quienes viven su deseo desde la heterosexualidad. La lucha por una sociedad justa y plural exige el reconocimiento mutuo,no la sustitución de viejos dogmas por nuevas ortodoxias excluyentes.
La lucha por la igualdad de género no será verdadera mientras uno de los géneros tenga que pedir permiso para existir o se imponga de manera fundamentalista y autoritaria en un guerra de odios. Y esa igualdad solo será real si es inclusiva, si escucha, si se rehúsa a usar el odio como método y la victimización como bandera.
Solo desde allí podremos construir un nuevo pacto social: un pacto fundado no en la revancha, sino en el reconocimiento mutuo. Un pacto donde nadie tenga que avergonzarse de su sexo, su género o su deseo. Un pacto para vivir con dignidad.
CARLOS MEDINA GALLEGO
Historiador y Analista Político